domingo, 11 de enero de 2009

ROSA

Hola soy Rosa, escribo para explicaros una historia que ha cambiado mi vida. Primero me presentaré para los que no me conozcan: soy una mujer joven, casada pero para nada aburrida, que me cuido el cuerpo y que resulto atractiva a los ojos de la mayoría de los hombres. quiero mucho a mi marido pero lamentablemente, en el aspecto sexual, la rutina o la falta de deseos nos estaban mantando, y la situación que estaba viviendo últimamente de tan poca actividad sexual (sólo hacíamos el amor 1 vez cada una o dos semanas) me estaba amargando. Eso no podía continuar, así que decidí coger el toro por los cuernos (nunca mejor dicho) y aprovechando una noche que salimos a cenar fuera y cuando casi nos habíamos bebido una botella de vino, decidí sincerarme con mi marido y le dije que sexualmente iba muy necesitada y que si él no podía satisfacerme me buscaría alguien que sí pudiera hacerlo... mi esposo tardó unos instantes en responder, pero cuando lo hizo me dejo petrificada.
Me dijo que era libre de acostarme con quien quisiera pero con la condición de que debía contárselo todo, y si podía ser el quería estar presente en mis encuentros extraconyugales, eso sí, todo hecho con máxima discreción. Me quedé mirándolo fijamente esperando que todo fuera una broma, pero su rostro serio y sereno me demostraba lo contrario, y muy pronto tuve la oportunidad de comprobar que hablaba en serio. Desde esa noche, cuando me apetecía sexo, lo que hacía era agarrarle el pene a mi marido y empezaba a masturbarlo mientras le hablaba de cómo alguien se me había insinuado en la calle o en el trabajo, o de como me habían manoseado en el autobús de regreso a casa. Esas cosas que le contaba, la mayoría inventadas, surgían efecto inmediatamente. Se le ponía bien gorda y dura y me la clavaba sin contemplaciones. Menudo gozo.

Hace no mucho le empecé a hablar a mi marido de un tipo al que había conocido en el gimnasio. Me gusta estar en forma y voy al gimnasio varios días a la semana. Acostumbro a llamar un poco la atención del personal masculino por los tops ajustados y los mallots ceñidos que me marcan descaradamente el trasero. pues bien fui coincidiendo a menudo en las clases de mantenimiento con un muchacho alto y fuerte, que siempre me sonreía, y con el que acabé entablando conversación y que se convirtió en mi compañero de ejercicios. Así me enteré que se llamaba Hugo y que era Mexicano, Era un par de años más joven que yo pero parecía muy maduro, y no pareció importarle que le dijera que estaba casada, ya que durante los ejercicios de gimnasia que hacíamos juntos no perdía la oportunidad de tocarme y acariciarme cuanto podía, con disimulo pero sin vergüenza.

Yo por mi parte me dejaba, y me sentía halagada cuando lo sorprendía desnudándome con la mirada, y me humedecía al fijarme que su paquete parecía estar en una constante erección. La verdad es que Hugo me gustaba, y por primera vez me plantee seriamente ponerle los cuernos a mi marido, aunque eso sí, siguiendo las reglas del juego por él impuestas. Tenía que ser una infidelidad consentida. Así es que empecé a explicarle a mi marido cosas de mi apuesto mexicano: de lo galante y atractivo que era, de cómo alguna vez me había rozado el trasero con su enorme paquete, de cómo se me ponían los pezones erguidos cuando estaba junto a él... tan pesada me puse que finalmente mi esposo me animó a que concertará una cita con él. No me lo hice repetir dos veces.

Muy pronto surgió la oportunidad que esperaba. En un museo del centro de la ciudad estaban haciendo una exposición de arte azteca, y al siguiente día de ir al gimnasio le comenté como quien no quiere la cosa que me gustaría ir a ver esa exposición. Hugo lo cazo al vuelo y me propuso ir juntos. ¡Qué mejor que ir a ver una exposición de arte azteca que con un mexicano!, dijo con una amplia sonrisa. Yo lógicamente acepté encantada y sentí un estremecimiento de emoción en la entrepierna. Cuando llegué a casa y se lo conté a mi marido me regaló una de las mejores comidas de chochete que me han hecho en la vida. Mientras me lo comía le dije entre gemidos que parecía que quería dejármelo bien limpio para Hugo. Creo que yo misma me estaba sorprendiendo de lo zorrita que podía ser. Por fin el día de la cita llegó. Mi esposo seleccionó personalmente la ropa que debía vestir. Un top blanco ajustado marcando pezones ya que no quiso que me pusiera sujetador, y una minifalda tejana que sólo tapaba lo justo. Por debajo un tanga de encaje negro. También me hizo poner unos zapatos con algo de tacón para estilizar más las piernas.

La verdad es que no tenía mal gusto, pero me sentía como un putón. Salí de casa con las bragas ya húmedas. El trato al que llegué con mi marido era que él me estaría espiando sin que yo me percatará, y que sobretodo no lo buscará con la mirada porque Hugo podría sospechar algo raro. Por lo demás era libre de hacer lo que quisiera, aunque estando en un lugar público tampoco parecía que pudiera pasar nada...

Cuando llegué a la puerta del museo él ya me estaba esperando con las entradas en la mano. Estaba muy apuesto vestido con ropa de calle. Me miró de arriba abajo y sonrió, le gustaba lo que veía y yo casi me corro de la emoción por la situación tan morbosa que estaba viviendo. Estuvimos un buen rato mirando la exposición, y aunque yo le había prometido a mi marido no buscarlo con la mirada, de reojo trataba de verlo. Hugo me explicó un montón de cosas sobre México, y no perdía oportunidad para cogerme de la mano o de la cintura. Yo me dejaba. Al salir del museo me propuso ir a tomar algo, pero la verdad es que se había hecho un poco tarde y le dije que prefería regresar a casa porque mi esposo ya habría vuelto del trabajo y se extrañaría si no me encontraba. Aquello pareció despertarle la lujuria porque vi en sus ojos un brillo extraño. Me propuso acompañarme a casa en coche. Yo accedí encantada. El coche lo había dejado en un parking subterráneo muy cercano. Me excitaba saber que mi marido me miraba desde algún lugar como iba andando por la calle junto a Hugo, un tipo al que deseaba. Nos metimos en el parking, bajamos un par de pisos y nos acercamos a su coche. No había nadie más en la planta, por lo menos aparentemente. Entré en el vehículo y me acomodé en el asiento. Hugo a mi lado me dijo que lo había pasado muy bien, que era una mujer muy atractiva y que me deseaba... y me plantó un beso en la boca. Me quedé algo sorprendida, pero cuando me volvió a besar le correspondí con pasión, juntando nuestras lenguas. Se había desatado la pasión. Por un instante me olvidé de mi esposo.

Mientras nos besábamos Hugo me subió el top liberándome los pechos, los acarició y luego los chupó con tanta maestría que me sentí totalmente húmeda. Yo por mi parte no me quedé atrás. Le agarré el paquete y pude comprobar que estaba bien duro. Le desabroché los pantalones y con su colaboración le saqué el pene. Era sensacional. Bien gordo y duro, con la cabezota rosada, llevaba el pubis rasurado y eso no se porque me excitó aún más. Tenía que agradecerle ese torrente de emociones que estaba viviendo y sin más contemplaciones me agaché y me metí la polla de mi querido mexicano en la boca. Mientras se la mamaba él se había recostado en el asiento, me acariciaba el pelo y me decía lo bien que lo hacía y las muchas veces que se había masturbado esperando ese momento. Me apliqué en hacerlo lo mejor que pude: le lamí el tronco, la puntita, me lo froté por el rostro para impregnarme de su olor a macho, le acaricié los huevos... y en un momento que levanté los ojos, me quedé helada al ver como al otro lado de la ventanilla, de pie, estaba mi marido observándolo todo, pajeándose... me resulta imposible explicar en palabras lo que sentí, sólo os diré que me corrí de la impresión y me tragué todo el miembro de Hugo, que por suerte seguía reclinado en la butaca y con los ojos cerrados. Aquella última acometida debió ser tan apasionada que el mexicano se corrió dentro de mi boca. Parecía una fuente de leche caliente y espesa. Me lo tragué todo. Y tras unos instantes de ensoñación, volvimos ambos al mundo real. Mi marido ya no estaba allí. Se había esfumado. Hugo y yo nos arreglamos la ropa.

Rechacé la oferta de ir a su casa y me llevó diligente a casa con la promesa de vernos muy pronto, y nos despedimos con un casto beso en la mejilla. Cuando entré en casa me eché en la cama y me masturbé esperando a que mi marido regresara. Deseaba con locura que me contara lo que había visto y sentido a ver a su mujercita mamando la polla de OTRO.

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